God’s law in our hearts leads us to care
By Magdalena I. García | Presbyterians Today
My day started with a call alerting me of a death that had occurred at dawn and requesting the presence of a chaplain for comfort. I had met the family the previous week and knew they were accepting of the prognosis and nearing transition.
As I approached the house, I could see that the family had opened the front door: a sign of welcome for mourners. I entered the home, offered condolences and joined the family in the silent circle surrounding the hospital bed in the living room. We sat comfortably in sturdy equipale chairs: handmade rustic leather furniture, crafted from tanned pigskin and cedar strips. They originate in the Mexican state of Jalisco and their name comes from the Aztec Nahuatl word ikpalli, which means “chair.”
A slow stream of relatives and neighbors flowed in and out of the house, lovingly paying tribute to the deceased as they kissed her forehead and shed an occasional tear. Juanita was a beloved matriarch, admired for her sense of humor, her many talents and her incredible strength. Just a few years before, she had lost two daughters, the oldest and the youngest, in the same month. Everyone spoke proudly of her resilience in the face of such unimaginable grief.
As the stories were shared, one relative rearranged the sheets on the bed, another lit some candles and another wrapped a rosary around Juanita’s hands. Then one of the sons went to the back of the house and re-emerged a few minutes later with a bunch of freshly cut yellow tulips. “I planted them for her,” he said, and proceeded to place them on the bed, surrounding Juanita’s body. Just then, one of the daughters grabbed two red roses from the vase on the nightstand, broke off the petals and sprinkled them all over the bed.
I watched the family freely sharing their stories, tears and floral offerings, and I was amazed at how their own intuition informed their expressions of grief. And I prayed for families and church communities where we might be able to do the same: to act in unison, guided by God’s law written upon our hearts, to care, to serve and to love one another in life — not just death.
Magdalena I. García is a hospice chaplain for Vitas Healthcare in Chicago.
Las acciones de los enlutados revelan un gran amor
La ley de Dios en nuestros corazones nos conduce al cuidado
Por Magdalena I. García | Presbyterians Today
Mi día comenzó con una llamada de alerta sobre una muerte ocurrida al amanecer y la solicitud de la presencia consoladora de un capellán. Yo había conocido a la familia la semana anterior y sabía que estaban conscientes del pronóstico médico y la proximidad de la transición.
Al acercarme a la casa, pude ver que la familia tenía abierta la puerta delantera: una señal de bienvenida para los dolientes. Entré a la casa, ofrecí mis condolencias y me uní a los familiares en el círculo silencioso que rodeaba la cama de hospital en medio de la sala. Nos acomodamos en unas resistentes butacas equipales: muebles rústicos hechos a mano, elaborados con cuero de puerco y tiras de cedro. Son originales del estado mexicano de Jalisco y su nombre proviene del vocablo náhuatl ikpalli, que significa «silla».
Un torrente lento de familiares y vecinos fluía dentro y fuera de la casa, rindiendo un cariñoso tributo a la fallecida, a medida que le besaban la frente y derramaban una que otra lágrima. Juanita era una matriarca adorada, admirada por su buen sentido del humor, sus muchos talentos y su increíble fortaleza. Tan solo unos años atrás ella había perdido dos hijas, la mayor y la menor, en el mismo mes. Todos hablaban con orgullo de su resistencia ante un dolor inimaginable.
A medida que se compartían las historias, un familiar reacomodó las sábanas de la cama, otra prendió unas velas y otra enrolló un rosario en las manos de Juanita. Entonces uno de los hijos fue al patio trasero y regresó unos minutos más tarde con un ramo de tulipanes amarillos recién cortados. «Yo los sembré para ella», dijo, y procedió a colocarlos sobre la cama, rodeando el cuerpo de Juanita. Justo entonces una de las hijas tomó dos rosas rojas del jarrón sobre la mesita de noche, arrancó los pétalos y los roció sobre la cama.
Vi a la familia compartir libremente sus memorias, sus lágrimas y sus ofrendas florales, y me sorprendió ver como su propia intuición guió las expresiones de duelo. Y oré porque tengamos familias y comunidades de iglesia donde podamos hacer lo mismo: actuar al unísono, guiados por la ley de Dios escrita en nuestros corazones, para cuidarnos, servirnos y amarnos mutuamente en la vida — y no solo en la muerte.
Magdalena I. García es capellana de hospicio para Vitas Healthcare en Chicago.
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Categories: Presbyterians Today, Spanish
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